El siguiente texto corresponde al sermón que la Obispa Jennifer Baskerville-Burrows, de la Diócesis Episcopal de Indianápolis, pronunció durante la Eucaristía de la Convención General, el 12 de julio de 2018.

En el nombre del Dios Único, Santo y Viviente.

Por favor tomen asiento.

Bueno, buenas noches santos! ¿Cómo estamos esta noche? Quiero decir, ha pasado un día, ¿verdad? Ha pasado una semana. Han pasado un par de semanas para muchos de nosotros.

Es un honor pararse en este lugar y dar un mensaje cuando comenzamos a cerrar nuestro tiempo en esta 79.ª Convención General. Y saben que estamos en ese punto de la Convención que es más como el final de una carrera sin descansos: Ustedes saben que me gusta correr carreras de vez en cuando, y siempre hay un momento en que alguien sostiene el cartel que dice: “¡ya casi estás ahí!”

Pero en realidad no. Así que, realmente, estamos casi allí.

Y esta ha sido una gran convención, ¿no es así? No sé ustedes, pero nunca he tenido más esperanzas por la Iglesia Episcopal. ¿Cierto? Pueden decirlo, ¿no? Hay algo diferente, hay algo diferente en el ambiente, y Dios sabe que lo necesitamos. Ha habido, creo particularmente en estos días, un tiempo de estiramiento, y para experimentar nuevas formas de estar juntos, presenciar audazmente cómo nos hemos enfrentado a los lastimados y vulnerables, adorar en muchos idiomas, y profundizar más en el llamado a ser la rama episcopal del movimiento de Jesús. Sabemos, espero que sepamos, que ser la rama episcopal del movimiento de Jesús no es una frase genial hecha para calcomanías y camisetas: es una inmersión profunda en una forma de ser, una forma de vivir, una forma de amar.

Hace doce días nos reunimos, provenientes de todo el mundo, para dedicarnos al negocio de lo que llamamos la Sociedad Misionera Doméstica y Extranjera de la Iglesia Episcopal. Me encanta ese nombre oficial. Y con pocas excepciones hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo muy cerca de aquí, ya sabes, limitados a unas pocas millas cuadradas de este centro de convenciones. Y no puedo entenderlo, pero lo sé, desde el momento en que llegamos aquí hace dos semanas hasta hoy, no somos los mismos. No somos los mismos. Desde el lamento, la confesión, y el compromiso con la enmienda de vida en la sesión para escuchar denominada “Yo también” que inició nuestro tiempo, hasta el Avivamiento lleno de Espíritu, quiero decir, hicimos un avivamiento, ¡todos ustedes, como algo en grande! Quiero decir, ya saben, y sé que hemos estado haciendo esto en toda la Iglesia, pero en realidad, hicimos un avivamiento, en Texas, así que ya saben, estuvimos grandiosos, y fue algo que nunca pensé que veríamos. Y luego, los testimonios públicos que hemos dado sobre los asuntos de la violencia armada y la inmigración, y luego nuestra reconciliación y reunión con la Diócesis de Cuba. Sí, hemos estado viviendo una liturgia, amigos, hemos estado viviendo una liturgia estos últimos diez días y Dios está remodelando esta iglesia.

Por ahora, en este momento, estamos cambiando nuestra atención y me pregunto: mi pregunta para esta noche realmente es, ¿están listos? ¿Estamos listos? Y, ¿estamos listos para irnos? Y sé que ya es tarde, -miro mi reloj-, la hora es tarde y probablemente ya ustedes estén listos para retornar a su hogar, para hacer las maletas y para hacer todo lo que necesitamos hacer para partir de esta 79.ª Convención, y quiero saber si realmente estamos listos para hacer esto.

Porque, hay algo diferente.

Estamos siendo enviados, comisionados nuevamente por Jesús para ir a todo el mundo y hacer que lo que hemos hecho aquí sea importante. Estamos siendo enviados para hacer que lo que hemos hecho aquí no sea solo para nosotros, la Iglesia Episcopal, sino para el mundo. ¡Nuestro Obispo Presidente ha estado predicando, enseñando y animándonos a ir, y quiero saber si estamos listos! Porque con el debido respeto a los santos de Nevada, lo que ha sucedido en Austin, es mejor que no se quede en Austin. De modo que quiero saber, ¿están listos para ir?

¿Están listos?

No somos diferentes a los primeros discípulos de Jesús a quienes Jesús encargó ir. Los once, recuerden, lo encontraron en la montaña en Galilea, y aunque algunos dudaron, Jesús permaneció claro y les ordenó: Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ahora la acción en el Evangelio de Mateo llega bastante rápido en este punto del libro. Así que es luego de que Jesús es crucificado, muerto y sepultado, y después de que María Magdalena y la otra María encuentran la tumba vacía y se encuentran con el Jesús resucitado que recibimos este nuevo mandamiento. La primera reacción de María Magdalena y la otra María, la primera reacción es el miedo, pero se dan cuenta de que ellas superan su miedo, superan sus miedos y siguen las instrucciones de Jesús. Ahora, sería negligente si no señalara que si María Magdalena y la otra María hubieran permanecido en su temor, no estaríamos aquí esta noche. ¿Amén? No estaríamos aquí. No se me escapa que son las mujeres a las que primero se les pide ir y decirle a los hermanos que se encuentren con Jesús en Galilea. Que los que escuchan entiendan, que los que escuchan entiendan que podemos creer a las mujeres a la primera.

Y para crédito de ellas, para su crédito, los once sí creyeron a las mujeres, y siguieron sus instrucciones, y fueron. Puedo darles crédito, ¿saben? Tengo que darles crédito, donde es debido. Y así, en la montaña, los once adoraron a Jesús, e incluso a pesar de su duda aparecieron, y fueron comisionados para ir y enseñar a otros en el camino de Jesús: los caminos amorosos, liberadores y vivificantes de Jesús, confiando que él estaría con ellos hasta el final de los tiempos.

Amados, es hora de que abandonemos esta cima de la montaña e ir y decirle a los demás lo que hemos visto y hecho aquí, lo que hemos aprendido aquí acerca de ser la Iglesia. Parece una locura, lo sé, porque estamos hablando de la Convención General después de todo, que algunos pueden no llamar exactamente una experiencia de montaña. Pero para muchos de nosotros, esta es la culminación de cómo nos unimos y celebramos el ser la Iglesia. Pero, ¿qué pasaría si dejamos este lugar y volvemos a casa para animar a otros en el camino del amor? La animación es una de las prácticas más excelentes. No hablamos de eso lo suficiente. Pero es una práctica vital. Porque animar es dar esperanza, determinación y orientación. Es un trabajo del corazón. Nosotros, que estamos continuamente alentados por la vida sacramental, litúrgica y comunitaria en Cristo, estamos llamados a animar a un mundo que sigue teniendo miedo. Tenemos miedo el uno del otro, tememos a la diferencia, tememos ser vulnerables, tememos estar en desacuerdo, tememos tantas cosas. Y ese miedo nos está atando y creando un mundo donde las cosas indeciblemente malvadas se están normalizando. Nuestros miedos no nos protegerán. Nuestros miedos nos están matando.

Pero nosotros, los que seguimos a Jesús, estamos llamados a dar testimonio de que la vida puede ser y es diferente cuando nos volvemos reales el uno para el otro. Cuando cambiamos la relación que tenemos, cuando compartimos de un modo real y nos decimos la verdad, cambiamos la relación. Cuando compartimos las historias que nos son casi demasiado dolorosas, cambiamos la relación. E incluso, podemos cambiar nuestros corazones cuando miramos y escuchamos con detenimiento cómo Dios está trabajando en el otro y por medio del otro. De modo que, al igual que la oración, el descanso, la adoración y la animación, esta manera de ver y escuchar como Jesús es una práctica. Y tenemos que hacerlo una, y otra, y otra vez.

Practicar el camino del amor en Jesús significa que se hace difícil ser testigo de un chiste sexista y dejarlo pasar, o escuchar por casualidad un comentario sin control que refuerza los estereotipos de odio y simplemente dejarlo pasar. O absorber la micro agresión racista y dejarla pasar porque “realmente no querían decir eso” o simplemente estás demasiado cansado para tener que decir algo nuevamente. Vale la pena repetir que el sueño de Dios para nosotros no es un apaciguamiento políticamente correcto: el sueño de Dios para la humanidad no es tan pequeño. La eliminación del odio, la supremacía blanca, la misoginia, la homofobia, y la xenofobia de los corazones humanos para convertirnos en amor, es una cuestión que busca normalizar el amor por, no a pesar de la diferencia. Ese es el comienzo del sueño de Dios.

Así que, hemos hecho cosas en esta Convención General que nunca pensé que vería o experimentaría. Y no solo quiero decir, ya sabes, como miles de aplausos de los episcopales, sobre todo al ritmo, quiero decir, estamos mejorando todo el tiempo, ¡aunque realmente lo estamos! Me refiero a las formas en que hemos sido testigos de nuestra fe en público. Como la semana pasada cuando el Comité de evangelismo y plantación de iglesias, el Comité número 11, fue enviado de dos en dos para tener conversaciones sobre la fe con personas en las calles de Austin. Salí con la Diputada Lee Ann Walling de Delaware y conocimos a Keifred. ¿Dónde está Lee Ann? ¡Aquí vamos, Delaware! Nos encontramos con Keifred, y allí estaba este hombre sentado en el calor del mediodía dibujando en su diario, y me recordó mientras hablábamos con él sobre la verdad del Evangelio que realmente necesitábamos escuchar ese día, yo sé que yo lo necesitaba – él dijo, “Nuestro Dios siempre llega a tiempo.” Ahora, aquí, iglesia, hemos sido enviados desde esta belleza con aire acondicionado del cómodo JW Marriott para ver dónde Dios ya estaba trabajando y fuimos bendecidos en los primeros cinco minutos por un hombre que compartió las Buenas Nuevas con nosotros.

Dar testimonio de nuestro amor a Dios en Cristo en público es simplemente manifestarse y declararse ante el otro: Yo te veo. Yo te reconozco, no serás invisible para mí. Tú importas. Las historias de nuestro testimonio en el Centro de detención Hutto fueron dolorosamente bellas. Porque aparecerse importa, mostrarse, simplemente aparecer fue una buena noticia para las mujeres que agitaban pedazos de papel en las ventanas del centro de detención reconociendo que las habían visto, otro testimonio de la normalización del amor.

Amados, es casi como si todo Austin fue comisionado a salir y ENSEÑARNOS en la forma amorosa, liberadora y vivificante de Jesús. ¡Quiero decir, imagínense eso! Imaginen, entonces, lo que podría estar esperándonos en casa. Estoy bastante segura de que en casa, también nos esperan unas palabras. Y que podemos hacer lo mismo el uno por el otro: los discípulos se animan mutuamente en el camino del amor.

Así que, es casi hora de irnos, y con las palabras de la Gran Comisión, estamos siendo enviados.

Y recordemos, recordemos siempre que estamos siendo enviados por Jesús. Y tal vez es demasiado obvio porque decimos mucho Jesús, ¿verdad? Pero en nuestra emoción de volver a casa y a nuestros negocios como de costumbre, recordemos que estamos siendo enviados por el Jesús que vivió la vida en los márgenes. Estamos siendo enviados por el Jesús que eligió repartir su suerte con los menos aventajados, los perdidos y solitarios. Estamos siendo enviados por Jesús quien se encontró enredado con el sistema de justicia penal de su tiempo. Estamos siendo enviados por Jesús, que amó a sus amigos lo suficiente como para aceptar su traición y deserción. Estamos siendo enviados por Jesús quien estuvo colgado hasta morir en el calor del día sintiendo el abandono de Dios y de la gente por igual. Y estamos siendo enviados por Jesús que fue crucificado, murió y se levantó victorioso sobre la muerte como lo prometió y regresó con sus amigos, quienes al principio no pudieron ni quisieron creerlo. Pero una vez que lo hicieron, comenzaron a incendiar al mundo y prendieron fuego al mundo.

Entonces, voy a preguntarles, santos, ¿están listos? ¿Están listos? A ser la rama episcopal del movimiento de Jesús, ¿están listos? Déjenme decirles algo ahora, solo para estar segura, porque esto significa que no podremos quedarnos donde estamos. Los movimientos se mueven, ¿verdad? Los movimientos se mueven. Los movimientos se mueven. Estas son decisiones que tomamos momento a momento para vivir de una manera particular y, santos: este es nuestro momento. Este es nuestro momento. Es decir, si alguna vez fuimos llamados a reclamar el ejercicio de las funciones contraculturales del cristianismo que tratan de transformar al mundo para que podamos normalizar el amor en lugar del odio, eso es ahora. Ahora mismo. ¿Y adivinen qué? Ustedes conocen el camino. Saben qué hacer. Ustedes definitivamente lo han encontrado. ¡Así, que ahora vayan!

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[Episcopal News Service – General Convention 2018]